
Hoy es el Día Mundial del Alzheimer y, aunque sigo liada con la mudanza y sin tiempo para nada, he sacado unos minutos para poner esto, que escribí hace tiempo, en homenaje a mi padre y a todas sus demás víctimas.
Cuando el alemán se instaló en nuestras vidas lo hizo sin avisar, sin darnos tiempo a cerrarle nuestra puerta. Un día, papá, te lavaste los dientes con champú y creías que tu baño estaba en un armario. Llegó ese día.
Tuvimos la confirmación oficial de su visita un 13 de junio, lo recuerdo perfectamente, San Antonio, ese día supimos que tomaba posesión de nuestras vidas, sobre todo de la tuya y que, por mucho que la Ciencia hubiera avanzado y retrasase o mitigase los efectos que causa su visita, no había vuelta atrás, iba a por tí, fuiste su "elegido".
El alemán fue un "invitado" permanente en nuestras vidas, uno que lo decidía todo y marcaba la pauta de las nuestras.
Quiso ganarte del todo la partida, papá, pero no pudo porque tú te fuiste antes de que te atara a una cama de por vida. Tú, afortunadamente, no pasaste por la última fase de su macabro plan.
Tú, que siempre fuiste mi sostén, mi consuelo, mi cómplice, mi confidente, todo lo que puede ser un padre y mucho más de pronto pasaste a ser mi hijo, me llamabas "mamá". Y yo, que primero te adoré como el padre maravilloso que siempre fuiste, luego te idolatré como hijo.
El alemán lo trastocó todo, ya nada era como antes, tuvimos que cambiar nuestras rutinas para adaptarnos a sus caprichos pero tratamos de establecer nuevas rutinas, de sacar un poco de partido de ellos.
Los viernes por la tarde era el día en que tú y yo íbamos de la mano a la pastelería a comprar todo lo que se te ocurría. Hacías como los niños, señalabas y decías "quiero esto" y de esto comprábamos y, luego, volvíamos a casa cargados, sabiendo que mamá nos reñiría por haber comprado tanto, porque tú ibas a engordar comiendo de todo eso pero yo le decía: "¿qué más da, mamá?, déjale que coma lo que quiera", todo da igual.
Con el tabaco igual, de pronto un día empezaste a fumar después de muchos años sin hacerlo, mamá escandalizada y ahora ¿sabes qué? ella se arrepiente de no haberte dado ese cigarrillo que tú pedías desde la cama del hospital, sólo estuviste 4 días, ahí entre Dios y tú le ganasteis la partida al alemán y Dios te llevó con él. Hubo de todo en esos 4 días, tú pidiendo el cigarrillo, la noche en que apretaste tanto mi mano que casi me la rompes, el día de tu santo, cuando le decías al compañero de habitación que le invitabas pero que la cerveza la ponía mi marido que para algo tenía tanta en su nave.
Cuando mamá te dijo que llevabas dinero en la cartera para invitarle dijiste que no, que esos eran para tí y para mí, para irnos los dos a tomar algo. Ahora son míos ¿sabes? esos 30 € los llevo conmigo desde entonces.
Tú no podías llevar dinero, porque lo perdías o lo escondías pero, como a ti te gustaba seguir llevando la cartera, siempre llevabas 30€, por si querías perderlos, por si los necesitabas. Recuerdo que, al principio, cuando aún salías solo, le dabas a Manolo 50 € por un cupón de la Once, pero él te llamaba y te devolvía el cambio, igual que cuando te lo llevabas sin pagar y sólo me lo decía cuando yo le preguntaba, buena gente Manolo, otro que te apreciaba.
Hubo cosas que el alemán no te pudo quitar, como tu coquetería, si es que se le puede llamar así a eso que tenéis los hombres. Te recuerdo sentado en casa muy arreglado, con la corbata bien puesta, leyendo el periódico o haciendo como que lo leías porque muchas veces estaba del revés.
Un verano te dio por los relojes, no sé cuantos te compré, todos los que quisiste y, cuando llegábamos a casa con uno nuevo, mamá nos reñía, simulaba estar enfadada y tú te reías como un niño travieso y se lo enseñabas. Te llegabas a poner hasta 3 juntos.
Hoy, papá, es uno de esos días en que necesito tu consuelo, te necesito más que nunca y maldigo al alemán que te arrebató la vida, el Sr. Alzheimer.
Seguiremos hablando, papá.
Cuando el alemán se instaló en nuestras vidas lo hizo sin avisar, sin darnos tiempo a cerrarle nuestra puerta. Un día, papá, te lavaste los dientes con champú y creías que tu baño estaba en un armario. Llegó ese día.
Tuvimos la confirmación oficial de su visita un 13 de junio, lo recuerdo perfectamente, San Antonio, ese día supimos que tomaba posesión de nuestras vidas, sobre todo de la tuya y que, por mucho que la Ciencia hubiera avanzado y retrasase o mitigase los efectos que causa su visita, no había vuelta atrás, iba a por tí, fuiste su "elegido".
El alemán fue un "invitado" permanente en nuestras vidas, uno que lo decidía todo y marcaba la pauta de las nuestras.
Quiso ganarte del todo la partida, papá, pero no pudo porque tú te fuiste antes de que te atara a una cama de por vida. Tú, afortunadamente, no pasaste por la última fase de su macabro plan.
Tú, que siempre fuiste mi sostén, mi consuelo, mi cómplice, mi confidente, todo lo que puede ser un padre y mucho más de pronto pasaste a ser mi hijo, me llamabas "mamá". Y yo, que primero te adoré como el padre maravilloso que siempre fuiste, luego te idolatré como hijo.
El alemán lo trastocó todo, ya nada era como antes, tuvimos que cambiar nuestras rutinas para adaptarnos a sus caprichos pero tratamos de establecer nuevas rutinas, de sacar un poco de partido de ellos.
Los viernes por la tarde era el día en que tú y yo íbamos de la mano a la pastelería a comprar todo lo que se te ocurría. Hacías como los niños, señalabas y decías "quiero esto" y de esto comprábamos y, luego, volvíamos a casa cargados, sabiendo que mamá nos reñiría por haber comprado tanto, porque tú ibas a engordar comiendo de todo eso pero yo le decía: "¿qué más da, mamá?, déjale que coma lo que quiera", todo da igual.
Con el tabaco igual, de pronto un día empezaste a fumar después de muchos años sin hacerlo, mamá escandalizada y ahora ¿sabes qué? ella se arrepiente de no haberte dado ese cigarrillo que tú pedías desde la cama del hospital, sólo estuviste 4 días, ahí entre Dios y tú le ganasteis la partida al alemán y Dios te llevó con él. Hubo de todo en esos 4 días, tú pidiendo el cigarrillo, la noche en que apretaste tanto mi mano que casi me la rompes, el día de tu santo, cuando le decías al compañero de habitación que le invitabas pero que la cerveza la ponía mi marido que para algo tenía tanta en su nave.
Cuando mamá te dijo que llevabas dinero en la cartera para invitarle dijiste que no, que esos eran para tí y para mí, para irnos los dos a tomar algo. Ahora son míos ¿sabes? esos 30 € los llevo conmigo desde entonces.
Tú no podías llevar dinero, porque lo perdías o lo escondías pero, como a ti te gustaba seguir llevando la cartera, siempre llevabas 30€, por si querías perderlos, por si los necesitabas. Recuerdo que, al principio, cuando aún salías solo, le dabas a Manolo 50 € por un cupón de la Once, pero él te llamaba y te devolvía el cambio, igual que cuando te lo llevabas sin pagar y sólo me lo decía cuando yo le preguntaba, buena gente Manolo, otro que te apreciaba.
Hubo cosas que el alemán no te pudo quitar, como tu coquetería, si es que se le puede llamar así a eso que tenéis los hombres. Te recuerdo sentado en casa muy arreglado, con la corbata bien puesta, leyendo el periódico o haciendo como que lo leías porque muchas veces estaba del revés.
Un verano te dio por los relojes, no sé cuantos te compré, todos los que quisiste y, cuando llegábamos a casa con uno nuevo, mamá nos reñía, simulaba estar enfadada y tú te reías como un niño travieso y se lo enseñabas. Te llegabas a poner hasta 3 juntos.
Hoy, papá, es uno de esos días en que necesito tu consuelo, te necesito más que nunca y maldigo al alemán que te arrebató la vida, el Sr. Alzheimer.
Seguiremos hablando, papá.